Se vuelve repetidas veces hacia su cliente, deseoso de seguir
la conversación; pero el otro ha cerrado los ojos y no parece dispuesto a
escuchale.
Por fin, llegan a Viborgskaya. El cochero se detiene ante la
casa indicada; el cliente se apea. Yona vuelve a quedarse solo con su caballo.
Se estaciona ante una taberna y espera, sentado en el pescante, encorvado,
inmóvil. De nuevo la nieve cubre su cuerpo y envuelve en un blanco cendal
caballo y trineo.
Una hora, dos... ¡Nadie! ¡Ni un cliente!
Mas he aquí que Yona torna a estremecerse: ve detenerse
ante él a tres jóvenes. Dos son altos, delgados; el tercero, bajo
y chepudo.
-¡Cochero, llévanos al puesto de policía!
¡Veinte copecs por los tres!
Yona coge las riendas, se endereza. Veinte copecs es demasiado
poco; pero, no obstante, acepta; lo que a él le importa es tener
clientes.
Los tres jóvenes, tropezando y jurando, se acercan al
trineo. Como sólo hay dos asientos, discuten largamente cuál de
los tres ha de ir de pie. Por fin se decide que vaya de pie el jorobado.
-¡Bueno; en marcha! -le grita el jorobado a Yona,
colocándose a su espalda-. ¡Qué gorro llevas, muchacho! Me
apuesto cualquier cosa a que en toda la capital no se puede encontrar un gorro
más feo...