-¡Cochero! -oye de pronto Yona-. ¡Llévame a
Viborgskaya!
Yona se estremece. Al través de las pestañas
cubiertas de nieve ve a un militar con impermeable.
-¿Oyes? ¡A Viborgskaya! ¿Estás
dormido?
Yona le da un latigazo al caballo, que se sacude la nieve del
lomo. El militar toma asiento en el trineo. El cochero arrea al caballo, estira
el cuello como un cisne y agita el látigo. El caballo también
estira el cuello, levanta las patas, y, sin apresurarse, se pone en marcha.
-¡Ten cuidado! -grita otro cochero invisible, con
cólera-. ¡Nos vas a atropellar, imbécil! ¡A la
derecha!
-¡Vaya un cochero! -dice el militar-. ¡A la
derecha!
Siguen oyéndose los juramenitos del cochero invisible.
Un transeunte que tropieza con el caballo de Yona gruñe amenazador. Yona,
confuso, avergonzado, descarga algunos latigazos sobre el lomo del caballo.
Parece aturdido, atontado, y mira alrededor como si acabase de despertarse de un
sueño profundo.
-¡Se diría que todo el mundo ha organizado una
conspiración contra ti! -dice con tono irónico el militar-. Todos
procuran fastidiarte, meterse entre las patas de tu caballo. ¡Una
verdadera conspiración!