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En la gran plaza ubicada frente a la iglesia parroquial, sobre uno de los lados de una casa, se ha levantado un púlpito al cual asciende el mejor predicador de la Iglesia, tan pronto se acerca la procesión. Continúa narrando la historia de la pasión, describe con los colores más hirientes la traición de los fariseos, la maldad de los judíos que han superado todas las medidas de la crueldad por la condenación del Dios inocente. Ved, allí se acerca el centurión y alcanza un papel clavado en la punta de su lanza al predicador. Este lo toma, lo despliega y lee. Es la sentencia de muerte de Jesús. Animado de santo fervor lo rompe y dispersa al viento los fragmentos. Todas las palancas del alma son puestas en movimiento: "Por nosotros, indignos, debió soportar esto, por nosotros cargó con la cruz. Ved, ved, allí lo traen arrastrado. Ved, sus fuerzas están agotadas, ha caído bajo la carga, nuestros pecados lo hacen caer-. De hecho, la imagen cae de hinojos. Las mujeres se llevan los pañuelos a los ojos y dejan oír sus sollozos. Los hombres, a su vez, dan muestra de su contrición golpeándose el rostro y los indios se dan violentas bofetadas. El sonoro chasquido sofoca la voz del predicador. Simón el cireneo acude en ayuda del caído, pero la genuflexión se repite tres veces y le brinda al orador la brillante oportunidad de elevar y sofocar mediante su talento las fluctuaciones del sentimiento. Cuando pasa la imagen de la Virgen María, describe su dolor de madre por los padecimientos del hijo y abre las fuentes de la tristeza en torrentes de lágrimas. También hace hablar a Juan, el fiel discípulo, hasta que todo el cortejo desaparece en el interior del templo.

Las impresiones sobre el ánimo de los meridionales son intensas pero fugaces. Si durante el sermón pudimos ver las muestras de dolor y contrición, pudimos escuchar suspiros y lamentos, todo se lo lleva el viento con las últimas palabras del sacerdote. A medida que los grupos salen de la iglesia se van aglomerando en torno a los vendedores de mamey, una fruta de gran tamaño que madura en tiempos de Pascua. Su corteza es grisácea y su pulpa roja o amarilla. Por su sabor dulce y aromático es la fruta predilecta de los mexicanos. Sin embargo, no es el apetito o la gula lo que los mueve, sino el juego, una competencia entre dos individuos y gana aquel, cuya fruta tiene mayor cantidad de pulpa. Las risas y la algazara, las riñas y los arbitrajes han reemplazado al llanto y a la penitencia. Por cierto, durante el sermón mismo vi pequeños grupos de cuclillas en el suelo, entregados a su juego favorito, sin perjuicio de la devoción que trataban de satisfacer cuando hacía falta mediante bofetadas.

 
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Semana Santa en la provincia mexicana de Carl Sartorius   Semana Santa en la provincia mexicana
de Carl Sartorius

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