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Como coronación de toda la celebración, después de mediodía comienza la procesión de la crucifixión. Inicia la marcha la música monótona de tambores, zampoñas y chirimías. Sigue por parejas la caravana de los penitentes y ascetas, formada en parte por pecadores contritos y en parte por jornaleros a sueldo, contratados por los organizadores de la fiesta para asegurar un desfile fastuoso. Son grupos atroces y horripilantes, apropiados para desfigurar toda la poesía de la contemplación religiosa con las imágenes fantasmagóricas del monaquismo ascético. Los penitentes ambulan enfundados en sudarios, con la cabeza cubierta por negros crespones y las manos y los pies atados con cadenas. A estos siguen otros en Saribenito, la vestidura ominosa de la Inquisición, las manos atadas a la espalda y una cuerda en torno al cuello. Un bonete cónico de un metro de largo provisto de dos aberturas redondas para permitir la visión les cubre la cabeza y la cara. Algunos arrastran pesadas cruces, otros están atados a la cruz y parecen maderas ambulantes. Les vienen a la zaga más penitentes semidesnudos con coronas de púas en la cabeza, plantas espinosas sobre la espalda y una calavera entre las manos; otros que caminan inclinados hacia el suelo llevando en las manos atadas cruces hechas con huesos de difuntos; un pintor interesado en reproducir el cortejo triunfal de un Torquemada, podría hacer excelentes estudios a la vista de estas procesiones y el color que muestran muchos de los muslos y torsos desnudos da la impresión de que ya hubieran sido tostados por el fuego del infierno. Se une a los penitentes la imagen del Cristo portando la cruz, rodeada de la guardia romana y de los fariseos. La figura del Salvador tiene un mecanismo por el cual mediante la presión de un resorte, puede caer de rodillas. Sigue la procesión de los devotos; en primer lugar los hombres, luego las mujeres portadoras de una imagen de la Virgen, a cuyo lado marchan niños, vestidos de angelitos, algunos con blancas alas de plumas y otros con alas de papel armado, que se balancean al andar de una manera poco etérea. Las mujeres también llevan la imagen de Juan, el discípulo favorito, acompañado de ángeles. Otro continente de hombres cierra el cortejo. |
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Semana Santa en la provincia mexicana
de Carl Sartorius
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