Pero el sábado 20, Joaquín aún no había despertado. Lo enterramos
entre todos por la tarde en el cementerio comunal, yo mismo escogí los libros
que se llevaría con él.
El domingo 21, en una mañana nublada y caliente, me volví a Buenos
Aires.
Decidí regresar en avión: el viaje se había extendido más de la
cuenta y María y los chicos debían estar extrañándome.