Durante varias noches me desvelé imaginando cómo le pediría las
disculpas del caso.
Cuando lo hice, yo incómodo, sus carcajadas atronaron la casa
donde estábamos. ". lo que tu no entiendes." y retomó sus argumentos
alegremente, más para soslayar mi mal momento que para reiniciar la discusión,
que seguramente ya había olvidado.
Fueron varios años de amistad. En su casa conocí a María y en ella
me casé. ".con el tiempo me lo perdonarás." me decía.
Cuando Joaquín enfermó, años después, decidió abandonar todo y
retirarse a la casa de su infancia, en Veracruz.
Para ese entonces, yo era un prestigioso escritor argentino en el
exilio, y mi mejor negocio consistía en regresar a Buenos Aires. ".te has
recibido de intelectual." me dijo entonces entre risas. ".cuando en un lugar te
conocen bien, debes marcharte.".
Me volví a Buenos Aires, se escapó también Joaquín al reencuentro
de su pasado.
Nos mantuvimos en contacto por carta, dos escritores a los que nos
cuesta menos disfrutar la vida que escribir: resultó un intercambio flaco y
pobre. Supe de la evolución de su enfermedad, supo de mi éxito, se lo debo en
gran parte.
Siempre me demandó que viajara a Veracruz, pero no me llegaba el
momento. ".nunca entré en Granada." nos bromeábamos.
Cuando hace un mes recibí su carta ("debes venir. ahora o nunca")
reconocí rápidamente su estilo acalorado, melodramático, que tanto le
critiqué.
Subí a mi barco con destino a México (evito los aviones) sin
María, que quedó al cuidado de los chicos.