Vestía con buen gusto, y la camisa polo que llevaba con unos
tejanos desgastados, marcaba unos senos grandes, de buen tamaño, firmes para su
edad, y sus pezones, a simple vista, debían ser sensibles porque se notaban
erectos, aún allí dentro del clima acondicionado de mi consultorio.
Restregaba sus manos con nerviosismo, la vista fija en su
regazo. Dio un respingo y cuando sus ojos color miel me miraron directamente,
advertí que había hecho un considerable esfuerzo para poder hablar.