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Por eso cuando quedaba insatisfecha, me masturbaba, muchas
veces incluso después de hacer el amor y en presencia de mi marido. Él me veía y
las pocas veces que me preguntó qué hacía, yo simplemente le dije que no había
alcanzado el orgasmo y lo necesitaba. Si él no era capaz de dejarme relajada y
satisfecha, pues yo me las apañaba para buscar una solución, pues me sentía muy
frustrada y furiosa las veces que, por vergüenza, tuve que quedarme mirando el
techo, muerta de caliente... pensando en otra oportunidad. Así que me limitaba a
masturbarme, tocarme los senos, pellizcarme los pezones y correrme, para no
transformarme en una resentida. Él nunca pudo comprender por qué me gustaba
tanto que me besara las tetas. Después del nacimiento de Jack, cuando lo
amamantaba, llegué a ofrecerle que me mamara al mismo tiempo que nuestro hijo, y
que me dejara jugar con su polla. Más me hubiera valido callarme la boca. No
volví a intentarlo dos veces, ya que en sus ojos leí que él sentía que yo era
una perversa, aunque sólo me preguntó si estaba loca. |
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Tabú
de Bonnie Norton
ediciones Voyeur
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