Entonces comprendí que nos encontrábamos en una
situación tan ridícula como peligrosa.
-Llama al cabo de guardia, o a uno de los dos
tenientes- dije al testarudo botánico, creyendo obviar así
la dificultad.
-No tengo que llamar a nadie- respondió
entre dientes Quackenboss.
-Pues, en ese caso, iré yo- exclamó
resueltamente Garey.
El joven cazador creía cándidamente poder llevar
el aviso al alojamiento, y a1 decir estas palabras avanzó algunos pasos
hacia el centinela. Pero, al punto, Quackenboss gritó con voz
estentórea:
-¡Atrás! ¡Atrás! Si das un paso
más, te descerrajo un tiro.
-¿Qué, qué?- vociferó
Rube dando un salto al frente. -¡Por el valle de Josafat! ¿Te
atreverás a dispararle? Pues te aseguro, animal, que, como cometas ese
disparate, no vuelves a comer pan. ¡Ea, dispara si te atreves!
Y Rube púsose en guardia, levantando su carabina hasta
la altura de su hombro, en actitud amenazadora. Precisamente en aquel
crítico momento brillaron algunos relámpagos, a cuyo fulgor pude
ver que el centinela apuntaba también su arma. Como conocía su
excelente puntería, no pude menos de alarmarme por el resultado de esta
colisión.