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?Parece que habéis venido a buscar provisiones con bastante buen resultado? les dije así que estuvieron cerca de mí.

?Sí, capitán? respondió Garey, ?no carecemos de raciones. Sus soldados nos han ofrecido de comer, pero no podíamos aceptar, porque habíamos prometido alimentarnos sin auxilio ajeno.

?Así es, ¡voto a sanes!? añadió Rube;?somos montañeses independientes, y no queremos ser gravosos a nadie.

?Además, capitán, hablando con franqueza, la cocina de ustedes no está bien provista; si quiere usted aceptar este pavo y un buen trozo de venado, todavía quedará bastante para nosotros: ¿no te parece, vejete?

?¡Pardiez!? respondió Rube con laconismo.

Como la cantina del pueblo no se distinguía por la excelencia de sus manjares, aceptó los víveres, y enseguida nos pusimos los tres en marcha. Con los cazadores, que regresaban también a su alojamiento, tenía la seguridad de no equivocar el camino. Encontrábanse en el bosque desde el mediodía, habiendo dejado sus cabalgaduras en el establecimiento.

Después de recorrer media milla entre los árboles, salimos a un camino muy estrecho, donde los cazadores, tan poco familiarizados como yo con aquel terreno, se quedaron perplejos sin saber qué dirección tomar. Estaba la noche obscura como boca de lobo, aunque, como en la anterior, brillaban a intervalos los relámpagos. De pronto, empezó a llover tan torrencialmente, como si se hubieran abierto las cataratas del cielo, por lo que no tardamos en quedar hechos una sopa.

 
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El rastro de la guerra de Mayne Reid   El rastro de la guerra
de Mayne Reid

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