Al cárdeno resplandor de un relámpago vi que Rube
se bajaba, como si quisiera examinar las huellas que había en el camino.
Estas consistían en profundos carriles, hechos seguramente por las ruedas
macizas de una carreta. En menos tiempo del que se necesitaría para leer
la dirección del camino en un poste indicador, Rube enderezóse
exclamando:
-¡Ajajá! Por aquí es.
Y acto seguido comenzó a andar resueltamente.
-¿Cómo se ha orientado usted?-
inquirí.
-Es muy sencillo- me respondió. -Es la
señal de una carreta mejicana, y todos los que han visto alguna saben que
no tienen más que dos ruedas. Como aquí hay cuatro huellas, la
carreta ha vuelto por el mismo camino, pues he comprobado que las ruedas son
iguales. Luego es racional pensar que la huella de regreso conduce a las casas,
es decir, por aquí.
-Pero, ¿cómo puede usted distinguir
cuál es la huella de regreso?
-No ofrece más dificultad que el beberse un vaso
de vino. Porque es la más reciente de las dos.
Seguí caminando en silencio, asombrado del singular
instinto de mi guía. Poco después oí la voz de Rube, que se
había adelantado algunos pasos.