Después de intentar nueva e inútilmente encontrar
una senda, detuve mi caballo y me puse a escuchar; como ya no veía,
quería probar si los oídos me servían de algo. Poco
después llegó hasta mí el ruido del disparo de una
carabina, hecho a unos cien pies de distancia.
-¡Es un cazador!- pensé, y esta
creencia me permitió no intranquilizarme, a pesar de estar en un
país enemigo.
Inmediatamente después del disparo, oí un ruido
sordo, como el de un cuerpo precipitado desde una altura. Como buen cazador, no
podía desconocer ruidos de esta naturaleza, y, por consiguiente, supuse
que aquél procedía de un animal que debió caer de un
árbol. Como entre los voluntarios que yo mandaba había tres o
cuatro que usaban carabinas de caza, antiguos hijos de los bosques que
habían tenido este capricho, abrigué la esperanza, de que la
persona que había disparado fuera uno de ellos.
Dirigí resueltamente mi caballo hacia aquel lado
corriendo tanto como me lo permitía la espesura del bosque, y, durante
largo rato, avancé hasta que oí a mis espaldas una voz muy
conocida, que gritaba:
-¡Por el valle de Josafat! ¡Si es nuestro
joven amigo el capitán!
Eran mis camaradas los cazadores que salían de las
malezas, donde habíanse ocultado, por precaución, al percibir las
pisadas de mi cabalgadura, permaneciendo inmóviles hasta que pasé
de largo. Rube iba cargado con un rechoncho pavo, y Garey con algunos cuartos de
gamo.