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–¡Estamos llegando! –exclamaron debido a este extraño fenómeno que el zorro firme en su marcha parecía no advertir.
Sobre la superficie crecían arbustos cubiertos de flores que despedían fragancias exquisitas.
Allí divisaron una pequeña vivienda y un cartel que decía Artes Curativas. Aunque no lo sabían, era la vivienda de una maga sanadora. En derredor podían verse una serie de troncos prolijamente cortados que servían tanto de asientos como de mesa para los utensilios.
Renuentes a acercarse, observaron que se aproximaba a ellos la figura de una mujer que llevaba en la cabeza un gorro un tanto extravagante.
Mientras se acercaba fijó sus ojos en Gabriel y sin rodeos, como si lo supiera todo de antemano, le preguntó:
–¿Has traído la piedra?
El corazón de Gabriel pareció detenerse. ¿Cómo era posible que aquella mujer supiera que él llevaba consigo la piedra de cuarzo?
Excitado y confuso sacó la piedra de la alforja para entregársela.
–¿Así que soñaste con Elf? –dijo la mujer–. ¡Qué gran honor te cupo! Elf es magíster y profesor emérito de disfunciones fotosintéticas y anomalías liberiano-cribosas, no cualquiera puede llegar a él. Tuve el privilegio de ser la depositaria de sus conocimientos durante mi internado en el Instituto Neutrino Asistencial.
Entonces Axel, pensando que la mujer podría ser profetiza o adivina, la interrumpió preguntando:
–¡Perdone usted, Señora! Pero ya que usted ha mencionado a Elf. ¿Puede decirnos de quién era la voz que escuché en mi sueño?
Algo molesta por la intromisión, la maga lo escudriñó un momento antes de responderle.
–¿La voz? ¡Ah sí...! ¡Claro! –dijo la maga que poseía el don de copiar los pensamientos–. La voz que escuchaste no provenía de un hado patrono como suponías, sino de un elfo que tiene amplios conocimientos en reforestación astral y es especialista en impactos etéricos estacionales.
–¿Qué...? –exclamaron ambos, a coro, sin comprender de qué hablaba.
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