Llegué a la conclusión que el miedo al ruido de las explosiones
no tenia sentido. Cuando se escuchaba la detonación, la bomba ya había
explotado. La bomba que caía encima no se escuchaba, caía.y ¡era el fin!
Sin embargo esta comprensión no era de mucha ayuda. Así que
construí un refugio antiaéreo en el jardín. Era muy sencillo; cavé una angosta
zanja donde podía estar parado, la cubrí con algunas maderas y encima puse
tierra suelta. No me protegía mucho, pero me sentía mucho mejor que en el
sótano. Durante los bombardeos observaba a los aviones y cuando se acercaban
demasiado me metía dentro de la zanja. De vez en cuando me asomaba y observaba a
los aviones en combates aéreos y a los bombarderos en picada "Stuka" que estaban
atacando al cercano puente y hacían un ruido atemorizador con sus sirenas.
El frente de batalla se estaba acercando peligrosamente a
Varsovia; ya se escuchaban los cañones. En una reunión familiar se decidió, o
mejor dicho mi tío decidió, ir al centro de Varsovia. Él razonaba que los
alemanes nunca iban bombardear a la población civil. ¡Cómo se equivoco!
A mí personalmente no me gustó esta decisión, pero yo entonces
tenía 15 años y nadie escuchaba mi opinión. Así, una mañana, toda mi familia:
mis dos abuelas, mi tío, mi tía, con su hijito de apenas un año, mi madre y yo
salimos caminando al centro de Varsovia. Mi padre había sido convocado, ya hacia
algunos días, al ejército y desconocíamos su paradero.
El transporte público ya no funcionaba más y nuestro coche
había sido "tomado prestado" por unos amigos de mis padres. Después de varios
meses alguien lo encontró abandonado en la frontera con Rumania, a 700
kilómetros de distancia. ¿Que paso con ellos?... ¡Nunca lo supimos!