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"Son demonios. . . " Viven, por lo tanto. Como no se puede llegar a nada, se deja que el pueblo inocente los vista, los disfrace. Por medio de la leyenda, el pueblo los bautiza, imponiéndolos a la misma Iglesia. ¿Se han convertido al menos? Todavía no .Se los sorprende subsistiendo sinuosamente en su naturaleza pagana.

¿Dónde están? ¿En el desierto, en la landa, en el bosque? Sí, pero en la casa sobre todo. Se mantienen en lo más íntimo de las costumbres domésticas. La mujer los guarda y los oculta en los enseres domésticos y hasta en el mismo lecho. Los dioses tienen allí lo mejor del mundo (mejor que el templo), el hogar.

Nunca ha habido una revolución tan violenta como la de Teodosio. En la Antigüedad no se encuentra huella semejante de la proscripción de un culto. El persa adorador del fuego en su pureza heroica, pudo ultrajar a los dioses visibles, pero los dejó subsistir. Fue favorable a los judíos, los protegió, los empleó. Grecia, hija de la luz, se burló de los dioses tenebrosos, de los barrigudos cabirios, pero los toleró, los adoptó como obreros, hasta el punto de hacer con ellos a su Vulcano. Roma, en su majestad, acogió no solamente a la Etruria, sino también a los dioses rústicos del antiguo trabajador italiano. Y persiguió a los druidas sólo porque constituían una peligrosa resistencia nacional.

El cristianismo vencedor quiso, creyó matar al enemigo. Arrasó la Escuela con la proscripción de la lógica y con la exterminación de los filósofos, que fueron masacrados bajo Valente. Arrasó o vació el templo, rompió los símbolos. La nueva leyenda hubiera podido ser favorable a la familia si el padre no hubiera sido anulado en San José, si la madre hubiera sido elevada como educadora, si moralmente hubiera engendrado a jesús. Camino fecundo, dejado en seguida por la ambición de una elevada pureza estéril.

Así entró el cristianismo por el solitario camino que el mundo tomaba por sí solo: el celibato, combatido en vano por las leyes de los emperadores. Se presipitó por esa pendiente a través del monaquismo.

Pero ¿estaba solo el hombre en el desierto? Lo acompañaba el demonio, con todas sus tentaciones. Tenía mucho que hacer: debía recrear sociedades, ciudades de solitarios. Ya se conocen las negras aldeas de monjes que se formaron en Tebaida. Ya se sabe qué espíritu turbulento, salvaje los animaba, sus incursiones asesinas en Alejandría. Se decían enloquecidos, empujados por el demonio . . . y no mentían.

En el mundo se había hecho un enorme vacío. ¿Quién podía llenarlo? Los cristianos lo dicen: el demonio, por todas parte del demonio, Ubique daemon.

Grecia, como todos los pueblos, había tenido sus energúmenos, enloquecidos, poseídos por los espíritus. La semejanza es exterior ,de un parecido aparente, pero que no existe. Aquí ya no se trata de cualquier espíritu. Se trata de los negros hijos del abismo, ideal de la perversidad. Por todas partes se ve vagar a esos desdichados e melancólicos que se odian, tienen horror de sí mismos. Pensemos, en efecto, qué es sentirse doble, tener fe en ese otro, ese huésped cruel que va, viene, se pasea en nosotros, nos hace vagar por donde quiere, por los desiertos, por los precipicios. Flacura, debilidad creciente. Y cuanto más miserable y débil es un cuerpo, más agitado es por el demonio. La mujer, especialmente, está habitada, henchida, soplada por esos tiranos. Los demonios la llenan de aura infernal, crean con ella la borrasca y la tempestad, juegan a su capricho, la hacen pecar, la desesperan.

 
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Historia del satanismo y la brujería de Jules Michelet   Historia del satanismo y la brujería
de Jules Michelet

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