Bajo esta expresión de sociedad sin exclusiones me incumbe
plantear, de inicio, la comprensión de la diversidad y la diferencia
humana.
Para ello debemos también analizar la otra cara de la moneda, la
agresión, que es la conducta que daña a otros seres vivientes o a objetos, con
la finalidad de ofender o destruir, buscando provocar daño físico o psíquico
trasgrediendo normas morales o leyes.
Nuestra sociedad nos hace participe día a día de las innumerables
ideologías de violencia, entre ellas la discriminación, el racismo, el
prejuicio, la intolerancia ante la diversidad y la desvalorización de las
diferencias entre otras.
La palabra discriminación tradicionalmente tiene los sentidos de
distinguir, diferenciar una cosa de la otra, y también incluye aceptación de dar
trato en un nivel de inferioridad o desfavorable a una persona o colectivos
sociales por motivos étnicos, de genero, culturales o sexuales. De esa manera se
procura conservar un tipo considerado ideal, perfecto, sin falla alguna, y
eminentemente mayoritario.
El prejuicio, es el juicio u opinión sobre algo o alguien antes de
tener un verdadero conocimiento de ello.
Esa Idea preconcebida de tinte discriminatorio cohíbe al afectado para obrar en
un marco de igualdad y libertad.
Existen prejuicios que constituyen verdaderas enfermedades sociales, y que incluso se difunden como
epidemias, productoras de intolerancia, racismo, xenofobia, u otras diversas
formas de violencia.
El prejuicio como realidad humana es producto de los miedos, de la
subjetividad, de la desinformación, de la rivalidad, la cual se canaliza
mediante la segregación y la exclusión de ciertos grupos o segmentos sociales.
Estableciendo con ello jerarquías territoriales, culturales, étnicas, que se
encuentran justificadas en la primacía de unos sobre otros.