Sí conocí a otras mujeres. En efecto eran hermosas, pero en su
mirada había tristeza, sometimiento. Si se las miraba de inmediato desviaban sus
rostros, y siempre creí que se sentían humilladas. Pero muchas veces el
sentimiento parecía ser de una agresiva soberbia, como si el odio se mezclara
con la sensación de creerse superiores. Cuando las mujeres estaban en grupo era
fácil registrar que una de ellas -en general la más anciana y obesa- ejercía
liderazgo. Luego supe que madre, hijas y nueras se movían siempre en grupo,
nunca solas.
La tarde de la llegada hicimos una visita en familia al
supermercado. Necesitábamos cubrir nuestras necesidades de alimentos y ropa. En
realidad, la prioridad eran las chicas, disfrutaba comprándoles vestidos y
juguetes, y mi única urgencia era conseguir una túnica de velo negro para dejar
de lado el enorme vestido gris con el que viajé y que -así me lo hicieron saber-
no se ajustaba convenientemente a las costumbres de la sociedad saudita. Por
cierto, vestirme con túnicas egipcias, paquistaníes o hindúes, poder jugar a
disfrazarme de oriental era algo que me divertía, más aún incorporando la
sugestión del velo negro.
El supermercado era enorme, el más grande que jamás haya
visitado. Había provisión de alimentos de todas partes del mundo, incluyendo
yerba mate argentina. Al mismo tiempo, no era posible encontrar carne de cerdo
ni ninguno de sus derivados, el vino y la cerveza no tenían gradación
alcohólica, e incluso el alcohol medicinal sólo era posible obtenerlo en
farmacias y con su receta médica correspondiente.
Pero la anécdota más destacada de nuestra primera "salida
social" tuvo que ver con otra cuestión. Recorría una de las góndolas, me detuve
ante las latas de tomate, me incliné para poder leer unas etiquetas en inglés, y
claramente sentí que alguien tocaba mi culo. Sorprendida, me di vuelta de
inmediato, pero sólo vi hombres de espaldas y todos vestidos del mismo modo. No
salía de mi asombro, no podía entender que pudiera provocar el deseo de un
hombre vestida de esa manera. Sin embargo, observando a mi alrededor pronto
comprendí que era evidente que resultaba la mujer más provocativa del lugar, que
las pocas mujeres que alcanzaba a ver estaban absolutamente cubiertas de velo
negro, incluyendo sus rostros. Percibir esto hizo que comenzara a sentir miedo,
a sentirme expuesta, a verme como una prostituta; pero, al mismo tiempo, sentía
el extraño placer de saber que era la mujer que provocaba eso.