Luego de los trámites de pasaporte y equipaje, alcancé a
distinguir a Carlos esperándonos detrás de una valla. Llena de alegría intentaba
que Flopy y Ainoa pudieran ver a su padre entre el tumulto de gente. Todo era
felicidad. Pero, algo extraño comenzó a suceder. De pronto, a medida que nos
acercábamos comencé a darme cuenta que Carlos estaba queriendo decirnos algo con
gestos, algo que no lograba interpretar, hasta que finalmente alcanzo a escuchar
qué me dice.
"¡No me beses! ¡No me abraces ni me toques..!".
No entendía nada. Parecía tan feliz como nosotras y sin embargo
repetía insistentemente que no me acercara. Sí abrazó y besó a sus hijas, y fue
en verdad un momento bellísimo. Confundida, guardé silencio y esperé que llegara
el momento en que pudiera explicarme.
La aclaración llegó cuando llegamos al auto, un ámbito más
privado. Allí sí pudimos abrazarnos, aunque no muy efusivamente. Me explicó que
no estaba permitido que un hombre y una mujer se toquen en público, aún
tratándose de esposos. También me advirtió acerca de la presencia de los
Mutawa, policías religiosos del Islam que tienen la misión de hacer
cumplir las leyes del Corán, y que a toda mujer que deja ver alguna parte de su
cuerpo, además de reprenderla gritándole en público (y, para mi hipotética
incomodidad, en árabe) la golpean con una vara muy fina que en su extremo tiene
una pequeña cabeza metálica (de hecho, en mi estadía en Arabia más de una vez
mis tobillos la sufrirían sólo por estar expuestos sin velos; es probable que mi
aspecto físico -morena, con ojos rasgados y oscuros- me hiciera parecer
saudita).
Así iniciamos el camino a casa y descubrí Riyadh. Vi una ciudad
abierta, sin vegetación. En realidad, en las avenidas se veían canteros
centrales con árboles muy pequeños que intentaban ser regados, con débiles
chorros de agua que apenas brotaban de mangueras, por abnegados trabajadores
paquistaníes.
Riyadh es una ciudad construida en el más árido desierto. La
vegetación es inexistente, excepto en el sector de la ciudad antigua, edificada
sobre un oasis, y que hoy prácticamente está abandonada. Las avenidas de la
nueva Riyadh son en extremo anchas, y resulta muy curioso ver enormes casas
rodeadas por altos muros de mármol blanco que ocultan su interior. Algunas
ocupan manzanas enteras y por su aspecto pueden parecer edificios públicos, pero
en verdad se trata de las mansiones de los personajes más poderosos. Por cierto,
esta zona de lujo y poder se extiende en un espacio muy amplio y, de hecho, las
casas más convencionales también son de grandes dimensiones y están igualmente
rodeadas de aquellos altos muros de mármol.