La realidad
latinoamericana
es compleja, pero su complejidad no debe ser asunto que nos ahuyente para
estudiarla, antes por el contrario, es un reto que atrae, seduce y envuelve a
todo aquel que lo intenta, porque dentro de América Latina se descubren
novedades que antes no existían, hoy develamos a un Estado desprovisto de
supuestos para dotar de subjetividad a la
población,
donde su pobre papel es de regular la economía
para
beneficiar a los inversores y despojar a
los ciudadanos; un Estado que no tiene el mismo peso ante el mar de situaciones,
se ve disminuido ante los empresarios, ridículo si lo comparamos con el poder de
los medios de
comunicación,
pequeño si lo colocamos en un paralelo con el crimen organizado y muy fuerte y
feroz si se trata de reprimir o decretar ley contra los ciudadanos de menos
recursos o con los que se atreven a levantar la voz
de
inconformidad.
No
ha desaparecido el Estado, se le agotó
la fuerza que
tenía,
la influencia que
ejercía sobre un territorio nacional se fue diluyendo hasta ser una pieza en
la superficie de
las situaciones que integran
la realidad,
no predetermina comportamiento, no influye en el pensamiento ni organiza a
la sociedad,
se desdibujó y perdió las coordenadas de
la organización para
controlar el todo.
El
Estado como centro que configuraba el todo,
la sociedad
lo
tenía como referencia obligada; con el desorden en que se sumió ya no es un
referente y cada quien busca
la forma
de
nutrirse de subjetividad, algunos
la buscan
en
el mercado, otros en el consumo, en el mundo del crimen organizado y en las
luchas populares; muchos centros de atracción y todos conllevan al terreno de
la confrontación
y
a
la crisis
de
identidad, algunos de ellos, y otros a reasumirse como sujetos
insumisos.