https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Efectos colaterales y otros cuentos" de Nicolás Fábrega (página 3) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Domingo 28 de abril de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  (3) 
 


–Voy al baño –le informó a su compañero, aunque no tenía verdaderas intenciones de pillar. Sólo aspiraba a respirar un poco de silencio, si eso existía y era posible.
–Ve, y regresa rápido –. Entonces el joven que casi pierde el vuelo se detuvo en seco. Se escuchó gritar mentalmente “¿Pero qué demonios pasa contigo, jodido mamón? ¿Es que acaso no tienes con quién hablar que me atolondras con tu perorata a mí? Habla con la azafata o con el tío que tienes detrás si así lo prefieres, pero déjame tranquilo, por Dios. Hazlo por tu propia Biblia, si quieres”. No dijo nada de aquello, por supuesto, y sólo llegó a abrir la boca y circunscribir el rostro en un gesto furioso cuando Manuel agregó, como si supiera lo que vendría a continuación en caso de mantener la boca sellada–: Que a mí también me urge darme una vuelta por allí... y cuanto antes. ¿Sabes? He tomado un par de Coca Colas antes de coger el...
–Discúlpame... Manuel –lo interrumpió el joven–. Tengo miedo que lo ocupen antes que yo.
Y el joven enfiló hacia el baño sin saber siquiera si el tío le había respondido algo. Imaginó que sí, por supuesto. Hasta quizás se encontrara hablando en ese mismo momento.
Le importaba tan poco como a un perro la inflación mundial que el cuarto de baño estuviese ocupado. Una parte de su mente razonó que de tener que aguardar unos instantes en el umbral de la puerta sería positivo, pues demoraría el regreso a su asiento doce, y evitaría de esa manera que el jodido tío mexicano continuara intoxicándolo con su historia de vida.
Caminó entonces con pasos lentos y descuidados. Había dejado el bolso de mano sobre su asiento y se sentía demasiado liviano. Al menos doce o quince kilos más liviano. Dirigió sus ojos aquí y allá, mientras se pasaba la mano izquierda, su mano más hábil, por sobre el pelo claro que una vez, durante su infancia, había sabido ser bien amarillo y ahora mantenía un color entre el rubio y el rubio castaño. Le sorprendió no divisar a nadie de su edad. El avión volaba con su capacidad completa, y la mayoría de los pasajeros eran abuelos de sesenta y setenta años y adultos que superaban la barrera de los cuarenta. A simple vista observó una pareja que rozaría los treinta y cinco, y junto a ellos iban dos nenes que no llegaban a la decena de edad. Una nena, de pelo tan amarillo (casi blanco) como el de Nicolás en su infancia y ojos azules envueltos en profundas ojeras que denotaban que había dormido poco, o nada, durante la noche anterior; y un nene con el cabello rojizo y un mar de pecas sobre la nariz y un río de pecas sobre los pómulos. También de ojos azules cristalinos. No parecía cansado como su hermana, y se entretenía leyendo una revista con más dibujos que texto.
Condorito, determinó el joven que casi se queda en la sala de abordaje viendo cómo el vuelo AV 88 de Avianca lo abandonaba por demorarse una hora en la autopista.
Sonrió al ver a los pequeños hermanos y de inmediato su estómago crujió provocando un ruido similar al de las ramas al quebrarse. Había superado el momento de tensión, y recordaba entonces que tenía hambre. Iría al baño, se arreglaría un poco el pelo y se quitaría el sudor del rostro; entonces regresaría al asiento doce (haciendo fuerza interna en el trayecto para que el mexicano hubiera retornado a su particular lectura, y ya no quisiera hablar de cómo demonios se llamaba el padre de su padre y etcétera y etcétera) y aguardaría, tal vez con los ojos cerrados, a que la azafata le llevara el desayuno.
Sí: haría todo eso.
Había llegado el momento de dejar atrás las desgracias que habían invadido cada porción de su vida. Un nuevo destino lo esperaba y el joven sólo deseaba que el olor a muerte dejara de perseguirlo.
Entonces, el avión dio una sacudida y Nicolás ya no se encontraba en el umbral de la puerta, a punto de atravesarla para ingresar al cuarto de baño.
Ahora yacía sobre los pies de un hombre calvo y gordo. Había golpeado la cabeza contra la bandeja que caía del asiento, y una línea roja surcaba la sien derecha.
El avión dio una segunda sacudida, más pronunciada esta vez. Y la cabeza del joven viajó en el tiempo. Viajó hacia el pasado. O, dentro del pasado, había volado hasta el futuro, ¿por qué no? Otra vez la desgracia.
El olor a muerte (o la muerte en carne y hueso) también había abordado el vuelo.

 
Páginas 1  2  (3) 
 
 
Consiga Efectos colaterales y otros cuentos de Nicolás Fábrega en esta página.

 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Efectos colaterales y otros cuentos de Nicolás Fábrega   Efectos colaterales y otros cuentos
de Nicolás Fábrega

ediciones deauno.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com