Cuando aparece una piara de jabalíes en las proximidades de una aldea, casi todos los hombres organizan una cacería común, de ordinario convocada por el cacique, quien distribuye asimismo el botín entre las distintas familias. En los casos en que un cazador aislado consigue una presa grande, también se deja al cacique para su reparto. Lo que no se come enseguida es asado a fuego lento sobre la arrilla y de este modo conservado durante muchos días, y semanas. De igual modo se procede con los sobrantes de la pesca. Los niños comienzan muy temprano su adiestramiento con arcos y flechas de reducido tamaño y cuando la madre no lo advierte eligen como blanco a las pobres gallinas que se desbandan con gran alharaca tan pronto se acerca el joven cazador. El padre orgulloso de su primogénito confecciona para éste un diminuto arco y flechas con las nervaduras elásticas de la palma, cuando el niño está aún en el regazo de su madre. En mi colección se encuentran arcos infantiles de 46, 47 Y 48 cm, y flechas de 39 Y 50 cm de largo. El arco más pequeño mide 16 cm y la flecha correspondiente 19 cm. Las flechas están aguzadas, pero dadas las escasas fuerzas del entusiasta y tierno cazador no pueden causar daño. A veces, por precaución, llevan en su extremo superior un botón de cera negra.
La caza mayor, en particular la de los jabalíes y jaguares se practica también con lanzas.
Consisten en un macizo fuste de madera de la altura de un hombre, provisto en el extremo superior de una ancha punta de hierro, en forma de lanceta, de fabricación europea. La caza requiere mano segura y mucha impavidez.
El indio aprende a manejar las armas de fuego con la misma destreza de que hace gala al usar sus armas convencionales. Su gran inteligencia le permite reconocer y dominar enseguida los secretos de las armas nuevas y muy pronto se muestra con ellas como un cazador consumado.