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Los dardos venenosos, comúnmente de sección cuadrada, de los cuales un carcaj contiene diez o mis unidades, se confeccionan en general de madera de palma negra y pesada, y en el menor de los casos de madera blanca y liviana. Su grosor es el de una aguja de tejer, alcanzan una longitud de unos 40 cm y rematan en uno de sus extremos en una punta aguda, untada con veneno hasta una altura de 4 cm y por encima de ese lugar presentan una incisión anular. Atado al otro extremo mediante un hilo fino, se encuentra un penacho de liviana seda samaúrna devanado a la manera de un huso, que llena con exactitud el hueco del caño y de este modo ofrece suficiente resistencia al soplido del cazador. A fin de que los dardos tengan un buen sostén en el carcaj y sus puntas no choquen con la base se los encaja en un ovillo flojo de fibras amarillas de corteza. La capa de resina que cubre la parte inferior del carcaj, tiene por objeto evitar que las puntas envenenadas pasen a través del material trenzado y hieran a su propio portador.

El veneno empleado comúnmente en el noroeste de Brasil es el curare, bien conocido en la ciencia y que en la lengua hablada a orillas del río Negro se denomina uirarí. Lamentablemente, no tuve oportunidad de presenciar la preparación del veneno para las flechas que, como en otras regiones, se realiza con determinadas ceremonias y en la mayoría de los casos es mantenido en absoluto secreto, en particular a lo que a los europeos se refiere.

Según los datos suministrados por el cacique Mandú, el principal ingrediente del curare empleado en lana es la corteza de una planta trepadora que crece en el suelo y que los Siusí llaman mauculipi. La corteza se seca al fuego, se la somete a cocción en agua y la infusión así obtenida se cuela mediante un cedazo de malla fina, de modo que todas los demás componentes sólidos son separados y el zumo se vuelve a cocer hasta que adquiere una coloración castaño negruzca y una consistencia más densa que el almíbar.

A esto se agregan otros ingredientes tóxicos y zumos vegetales viscosos, cuyo efecto consiste en fijar mejor el veneno sobre la madera.

El veneno para las flechas se guarda en bonitos cacharrito. de barro negro de 5 a 8 cm de altura que se tapan con hojas de palma, trozos de corteza o viejos jirones de géneros europeos.

Los usados en el noroeste de Brasil tienen un efecto de variada intensidad. El monopolio de su fabricación está en manos de determinadas tribus, lo cual da motivo a más viajes para comerciar.

Los precios que se pagan en general son relativamente altos. Tuve oportunidad de ver a uno de mis remeros, que durante el viaje aprovechaba para hacer sus negocios de trueque, entregar a cambio de una diminuta vasijilla de curare, una gran navaja americana ganada hacía poco tiempo con el arduo trabajo de días enteros.

El curare se seca rápidamente y forma una masa quebradiza, de color negro brillante, pero puede disolverse fácilmente con agua. También la ablanda el calor del fuego. Para su empleo, se sumerge todo un manojo de dardos en el veneno, o se lo unta sobre las puntas de las flechas según la necesidad.

Bajo la influencia de la humedad, el curare pierde paulatinamente su poder; por esta razón las vasijitas de veneno se mantienen cuidadosamente cerradas y el carcaj con los dardos envenenados se guarda en la parte más seca de la choza. Observando estas precauciones el veneno conserva su eficacia durante varios años. Los efectos del curare han sido probados mediante numerosos experimentos. Si penetra en la sangre paraliza enseguida el movimiento de los músculos voluntarios de la zona interesada, la circulación sanguínea propaga el veneno por todo el cuerpo y con él la parálisis. Cuando llega a los músculos torácicos obstaculiza los movimientos respiratorios y conduce a una muerte súbita e indolora por asfixia, sin pérdida de la conciencia ni manifestaciones tetánicas, salvo ligeras convulsiones.

 
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de Theodor Koch-Grünberg

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