Detuvo su caballo ante la casa de las luces verdes, junto a la
escalinata. Abrió de par en par la portezuela del cabriolé y
bajó pesadamente al suelo.
-Venga -dijo, con rudeza.
Su pasajera se apeó con la soñadora sonrisa del
casino diluida afín sobre su semblante. Jerry la tomó del brazo y
la condujo a la comisaría. Un sargento de gris bigote los miró con
penetrantes ojos desde el otro lado del escritorio. Él y el auriga se
conocían.
-Sargento -empezó Jerry, con su tono quejumbroso, ronco
y atormentado de otras ocasiones-. Tengo aquí a una pasajera que...
Jerry hizo una pausa. Se pasó por la frente una mano
nudosa y roja. La niebla provocada por McGary comenzaba a disiparse.
-Una pasajera, sargento, que quiero presentarle
-continuó, con una sonrisa-. Es mi esposa. Me casé con ella esta
noche en casa del viejo Walh. Y por cierto que nos divertimos. Dale la mano al
sargento, Norah, y nos iremos a casa.
Antes de subir al cabriolé, Norah suspiró
profundamente.
-Me he divertido tanto, Jerry...
-dijo.