Una noche, había estrépito de francachela en la
gran casa de huéspedes de ladrillo casi continua al Café Familiar
de MacGary. Los ruidos parecían provenir de los aposentos de la familia
Walsh. La vereda estaba obstruida por un grupo de vecinos curiosos, que le
abrían paso de vez en cuando a un presuroso emisario que traía del
café de McGary mercancías vinculadas a los festejos y diversiones.
El contingente de la vereda se consagraba a comentar y discutir, y no olvidaba
por cierto la noticia de que se casaba Norah Walsh.
En plena parranda hubo una erupción de juerguistas a la
vereda. Los no invitados los rodearon y se confundieron con ellos, y en el aire
nocturno se elevaron gozosos gritos, congratulaciones, risas y rumores no
clasificados, nacidos de las ofrendas de McGary a la escena del himeneo.
Cerca del cordón de la vereda, estaba estacionado el
cabriolé de Jerry 0'Donovan. A Jerry lo llamaban pájaro nocturno:
pero nunca un cabriolé más reluciente ni limpio que el suyo
cerró sus puertas sobre el encaje y las violetas de noviembre. ¡Y
el caballo de Jerry! No exagero si digo que estaba tan repleto de avena que
cualquiera de esas viejas señoras que dejan sus platos sin lavar y andan
por ahí haciendo arrestar a los mensajeros del expreso, habría
sonreído -sí, sonreído- de haberlo visto.