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Era además el momento dorado de las bibliotecas
privadas. Era el signo de la importancia cultural.
El primer paso ya lo había
dado, logrando captar la atención de todos. Luego continué mencionando a la
bibliofilia que tenía una doble dirección. Por un lado, se orientaba a los
manuscritos bellos y ricamente presentados, en una vitela fina, grata al tacto y
flexibles, con una cuidadosa caligrafía, con ilustraciones abundantes hechas por
grandes artistas, en las que no faltaban los escudos y armas de los dueños, que
también se grababan en las nobles encuadernaciones. Eran una muestra del buen
gusto y de la riqueza de los que los encargaban, así como un signo de distinción
social. El adelantado de todos esos bibliófilos, señalé, fue el poeta Petrarca
quien reunió la biblioteca privada más importante de su tiempo. Su discípulo y
admirador Boccaccio descubrió en
Montecasino, y de allí sustrajo, unos manuscritos con obras desconocidas de Tito
Livio y de Varrón. Una gran biblioteca, con cerca de un millar de volúmenes
formó Coluccio Salutati, canciller de Florencia durante muchos años. En cambio,
apenas llegó a la centena la de Poggio Bracciolini. Mencioné que Florencia fue
el foco más importante del Renacimiento porque en esta ciudad se dieron
circunstancias favorables. Entre las familias que hicieron poderosas esta
riqueza y que mejor la utilizaron en fines artísticos, destaca la de los Medici.
El jefe de la familia, Cosimo el Viejo, tuvo como consejero para sus aficiones
bibliográficas a Niccolo Niccoli, tan aficionado a las obras antiguas que lleó a
reunir ochocientos volúmenes. La colección pasó a su muerte a Cosimo de Medici,
que se hizo cargo de las deudas del humanista e instaló los libros en una sala,
cuyo trazado había encargado a Michelozzo, en el convento de San Marcos. La sala
tenía tres naves, separadas por dos filas de columnas, y en cada una de las
naves laterales estaban los libros dispuestos en treinta y dos estanterías,
perpendiculares a las paredes laterales en cada una. Cosimo creó, además, otras
dos bibliotecas: la de San Jorge el Mayor en Venecia yla Abadía de Fiésole. Para esta
última Vespasiano Bisticci, un famoso librero, consiguió copiar doscientos
manuscritos en veintidós meses utilizando cuarenta y cinto copistas. Otro de sus
asesores en la adquisición de libros fue Tommaso Parentucelli, que luego fue
papa con el nombre de Nicolas V. Sus hijos, Juan y Pedro, fueron grandes
bibliófilos, como su nieto Lorenzo,
denominado el Magnífico, en
tiempos del cual la biblioteca familiar, a la que se llamó Medicea para
distinguirla de la de San Marcos, alcanzó su esplendor. Entre los mayores
beneficiarios estuvieron Angelo Poliziano, tutor de sus hijos, que le asesoró en
sus compras, y Pico de
la Mirandola. Lorenzo murió en 1492 y dos años
después los Medici fueron expulsados. En el asalto a su palacio, se salvaron mil
diecinueve volúmenes que fueron llevados a San Marcos. Un tercio fue vendido
después a la familia Salviati y dos tercios al hijo de Lorenzo, Juan, que luego
fue el papa León X. Su sobrino, el cardenal Julio de Medici, posteriormente el
papa Clemente VII, devolvió los libros a Florencia y encargó a Miguel Ángel el
trazado de una biblioteca como la de San Marcos, pero en el claustro de
la Iglesia de San Lorenzo. Fue
terminada por Cosimo I, Gran Duque de Toscana, y se abrió al público con
trescientos manuscritos. Su primer catálogo apareció en 1757 realizado por
A.M.Bandini. Domenico Malatesta Novello fue señor de Cesarea y fundó en esta
ciudad una biblioteca, entre 1447 y 1452, en el convento de San Francisco. En
1462, cuando murió Malatesta, había doscientos libros y se deshizo el escritorio
y encuadernación. Posteriormente, en 1474, hubo un legado de ochenta manuscritos
de Giovanni di Marco.
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