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Poco a poco la gente comenzaba a subir al tren, ubicándose a lo largo de los tres vagones que lo componían. Los pájaros se iban despertando y cantaban desde sus nidos, sintiendo demasiado frío para revolotear aún en busca de alimentos. Desde la ventana que daba a mi asiento, vi deslizarse un caracol con bastante trabajo. Su existencia era mísera, y cuando empezara a moverse el tren no resistiría mucho pegado a la ventana y caería sin remedio, aunque su suerte vendría protegida por el duro caparazón que a cuesta sujetaba. Una pequeña alarma sonó indicando el cierre de las puertas. Era el preámbulo del inicio del viaje. Luego comenzó a moverse el tren muy lentamente. Yo me acomodé y cerré los ojos un instante para relajarme durante el viaje cuando de repente noté que el móvil que guardaba en el bolsillo de mi pantalón comenzaba a vibrar. Luego sonó la melodía que tenía predeterminada. No me imaginaba quién podría ser a esas horas. Contesté al mismo con suma rapidez y nadie intercambió conversación conmigo. Un mudo silencio desprendía el auricular de mi aparato. Pensé que se habría equivocado o que sería una de esas llamadas de publicidad absurda de las indeseables y estafadoras compañías telefónicas ya que en la pantalla del móvil reflejaba las palabras ?número privado?. Así que presioné el botón de colgar y no le di más importancia, guardándolo de nuevo en el bolsillo de mi pantalón. Pensé, eso sí, que podría ser algún tipo de virus, por lo que decidí no coger ninguna nueva llamada de ese tipo.

El tren llevaba ya una buena velocidad y había recorrido varios kilómetros cuando, por sorpresa mía, me percaté del caracol que aún no se había desprendido del cristal y a duras penas permanecía pegado al mismo. Dejé de mirarlo y de nuevo cerré los ojos pensando en mi ambicioso deseo de buscar la inmortalidad en esta vida, es decir, darle un sentido a mi existencia, aportar mi granito de arena a la eterna historia de este mundo, y por ello había decidido escribir esta gran obra. Pensé que de esta forma, mi nombre permanecería a lo largo de los tiempos, por encima de las guerras y de las catástrofes, manteniendo viva mi memoria. Era un sueño muy ambicioso. De nuevo sonó mi móvil y me apresuré a cogerlo para ver quien llamaba. En la pantalla del mismo observé un número extraño, compuesto de numerosas cifras, como si desde el extranjero me llamase. Contesté de la misma forma que lo había hecho unos minutos antes, y esta vez oí susurrar mi nombre. Era una voz extraña, de apariencia anciana, de sexo femenino o eso me pareció. Pronunció mi nombre una sola vez y luego permaneció en silencio. Yo le pregunté quién era. Creí que la cobertura interfería en la llamada no dejándome oír con claridad lo que me decía. De nuevo oí mi nombre y me dijo que abriese los ojos en mi vida. Luego se cortó la comunicación por completo. No entendía nada, no sabía qué quería decir con aquellas palabras. Esta vez mantuve el móvil en mi mano por si me volvía a llamar. No dejaba de darle vueltas a la cabeza, intentando sacar un significado a esas extrañas palabras. Mi suposición de que los días grises no traían nada bueno parecía que se estaba cumpliendo. Tan sólo esperaba que lo que se avecinara no tuviese que ver nada conmigo ni con mis seres queridos. Miré de nuevo por la ventana y vi que el caracol, para mi sorpresa, había entrado en el habitáculo, que se suponía estanco. Busqué algún hueco por donde pudiera haber entrado y a simple vista no encontré ninguno. Pasé las manos por las paredes adyacente del vagón, entre el hueco de los asientos donde me encontraba y los que le sucedían, para ver si notaba la entrada de aire aunque no obtuve resultados positivos. Pensé que podría haber sido algún tipo de ilusión óptica mía, fruto de mi adormecimiento, siendo lo más seguro que el caracol se encontrase en el interior del mismo y por ello dejé de darle vueltas a tan insignificante evento.

 
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La semilla de los caracoles de David Mendoza   La semilla de los caracoles
de David Mendoza

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