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En apenas quince minutos me
bebí el café, repasé la chuleta y me despedí de aquél amable hombre para salir
del bar y dirigirme esta vez hasta el aula donde me esperaban para realizar este
evento. Allí debía recoger unas cajas que contenían los libros, de los cuales
disponía de varios ejemplares para regalar a quien yo quisiese, y el resto para
venderlos. La secretaria del centro se iba a encargar de ubicar en la sala un
punto de venta de los libros, así como de llevar varias botellas pequeñas de
agua para refrescarme la garganta durante la charla. Sin demorarme ni un minuto
más, llegué hasta la consejería de la universidad donde me entrevisté con el
conserje, un hombre de mediana edad, de aspecto serio y de cabellos negros
aunque con grandes entradas, que me presentó a la secretaria con la que hablé
del evento. Era una joven delgada, de lindo semblante y de cabellos castaños,
más bien negros. Sus ojos eran claros tirando para el verde, y sus mejillas
sonrosadas embellecían su aspecto decorado con una bella sonrisa alegre. Me dijo
su nombre, Laura, y yo me presenté. Luego concretamos el acto en breves palabras
que me tranquilizaban desprendiéndome su confianza. Por un momento creí ver en
ella a un ángel, pero desperté del ensimismado sueño en el que me encontraba y
atendí a mis deberes. La secretaria de la época de cuando yo estudiaba allí era
una mujer mayor, corpulenta y muy amable también. Ahora merecía la pena acudir a
secretaría para consultar cualquier cosa.
En pocos minutos fueron
apareciendo los alumnos y profesores que asistirían a mi charla. Yo pasé a
ocupar mi puesto, sentado en la mesa del profesor esperaba que todos se
sentasen. Mi sorpresa fue mayúscula cuando el aula se llenó por completo. Los
pupitres estaban llenos, y tuvieron que improvisar asientos en las propias
mesas. También trajeron sillas de otras clases cercanas. Por dentro una sonrisa
de satisfacción quería explotar en júbilo, pero los nervios del momento no lo
permitían. Debía de mantener la compostura. En breve todos se sentaron en
silencio deseando que comenzara la exposición. Laura, la secretaria, hizo de
interlocutora, abriendo la sesión presentándome al público, exponiendo un
resumen de lo que hablaría y pidiendo respeto a la audición, señalando que tras
la misma, se firmarían los créditos de libre configuración a quien los
solicitase. Sin más demora, me levanté y me dirigí hacia la pizarra. Las piernas
me temblaban al igual que el habla. Tras el saludo inicial comencé hablando de
las bibliotecas italianas, señalando en primer lugar que en el siglo XV se
extendía por Europa el Renacimiento. Coincidió con una intensa vida urbana que
permitió un gran desarrollo de las letras y el libro, adquiriendo una gran
lozanía las literaturas que se expresaban en las lenguas vernáculas. Por ello
algún escritor recomendaba las obras en lengua volgare como apropiadas para ser leídas
a mujeres y niños en un largo atardecer de invierno; sin embargo, no merecían el
honor de figurar en la biblioteca de un litteratus.
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