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En
síntesis expuse mi obra ante la admiración de la mayoría de los asistentes. Para
terminar hablé de las bibliotecas europeas más relevantes, comenzando por
Inglaterra donde los miembros de la casa de Lancaster se mostraron aficionados a
los libros, desde su primer rey, Enrique IV. Dio a sus hijos una buena educación
literaria y creó en ellos el sentimiento de la bibliofilia. El mayor y su
sucesor, Enrique V, fue un gran lector, que continuamente pedía en préstamo
libros a diversas bibliotecas, de cuya devolución a veces se olvidaba. El más
pequeño, Humphrey, duque de Gloucester, cedió sus libros a la biblioteca de
Oxford. Otro de los hermanos fue Juan, duque de Bedford, que encargó y adquirió
bellos manuscritos, y compró la mejor biblioteca que hasta entonces se había
formado en Francia, la del rey Carlos V. Otro rey inglés, Eduardo IV, gustó
mucho de los manuscritos bellamente decorados y prefirió a los textos
científicos o filosóficos, los de entretenimiento o espiritualidad religiosa.
Fue, además, protector del primer impresor inglés, William Caxton. En Alemania,
proseguí, durante el Renacimiento hubo bibliotecas privadas de humanistas, la
más destacada de todas es
la Beato Renano.
Otros humanistas con bibliotecas notables fueron Nicolás de Cusa y Konrad
Peutinger. También los príncipes crearon notables bibliotecas tanto por interés
por el saber como por el prestigio que confería una biblioteca con valiosos
manuscritos antiguos. Quizá la más notable de todas fue la que formaron los
electores del Palatino en Heidelberg, llamada Palatina, cuyos libros habían
tenido una historia accidentada a partir de
la Guerra
de los Treinta años. También destacó la formada por Federico el Sabio, elector
de Sajonia, en Wittenberg. También aparecieron en Alemania unas bibliotecas
municipales abiertas al público. La mayor de las bibliotecas de
la Europa
central fue la del rey Matías Hunyani, apodado Corvino, de Hungría. Educado en
el espíritu del Renacimiento, sentía una doble afición por las armas y por los
libros. Introdujo la imprenta en Hungría. Fue gran lector con un obsesivo afán
por coleccionar libros, afición compartida por su esposa Beatriz de Aragón, hija
del rey Fernando de Nápoles. La pareja se rodeó de artistas y hombres de letras
italianos y contó con una treintena de calígrafos, a los que acompañaba un buen
número de ilustradores y encuadernadores. Envió, además, al igual que los
príncipes de su tiempo, agentes al extranjero y especialmente a Italia en
búsqueda de libros. En una sala del palacio con vistas a Buda preparó dos
habitaciones bellamente decoradas, en una de las cuales colocó los libros
latinos y en la otra los griegos y orientales. A su muerte, la colección corrió
el desgraciado destino de otras contemporáneas: se dispersó.
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