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Capítulo
I
El tren y las
bibliotecas
Aquella mañana ya avecinaba algo trágico cuando las
nubes se tiñeron de un gris perla muy intenso. Era muy temprano y la gente aún
no había tomado las calles. Yo sin embargo, me encontraba sentado en un segundo
vagón de un tren de cercanías, detenido en la estación del pueblo donde vivía
estos últimos años. Debía viajar a la gran ciudad a realizar unas breves
gestiones, papeleo que tanto he odiado a lo largo de mi vida. La verdad es que
creo que a muy pocas personas les gustan estas labores burocráticas. En el tren
se respiraba un inquietante aire de silencio. Ni siquiera sonaba el hilo musical
característico de los mismos. Se avecinaba algo malo, pensé. Por lo general, las
mañanas grises siempre teñían de tristeza algunos hogares, por los más diversos
motivos que el destino imagina en su infinita sabiduría. Y en ese aspecto, tras
salir de una grave lesión me preguntaba qué sería de mí si dejara de existir en
estos momentos. Tendría una segunda oportunidad en alguna remota nueva
existencia. Esos pensamientos me comían el alma cada día, envuelto en un pánico
despiadado que ninguna noche me dejaba dormir. Qué podía hacer con mi vida me
preguntaba una y otra vez hasta que decidí sacarle fruto a mi carrera. Me animé
por escribir un libro, una investigación sobre la existencia de las bibliotecas
durante el Renacimiento, pues era licenciado en historia y ese tema me llamaba
mucho la atención. Ese era parte del motivo de mi viaje, pues tras el papeleo
inicial debía presentar mi obra en la universidad donde estudié. Debía
promocionarla antes de que saliese a la venta y ver si tendría éxito ante los
nuevos alumnos de hoy día y sobre todo, ante los viejos profesores de antaño.
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