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¿Qué tipo de hombre era Wakefield? Tenemos libertad para hacernos nuestra propia idea, y ponerle el nombre de Wakefield. Wakefield se encontraba entonces en el meridiano de su vida; sus afectos matrimoniales, nunca violentos, se habían serenado hasta convertirse en un sentimiento calmo. habitual; era probable que, entre todos los esposos, fuera el más constante, debido a que cierta pachorra hacía que su corazón permaneciese quieto, cualquiera que fuese el lugar en que se había detenido. Era intelectual, pero no de manera activa; su mente estaba ocupada por largas y perezosas divagaciones, que no llevaban a meta alguna o bien carecían del vigor necesario para alcanzarla; sus pensamientos pocas veces eran lo bastante enérgicos como para plasmarse en palabras. La imaginación, en el estricto sentido de la palabra, no formaba parte de las dotes de Wakefield. Con un corazón frío, pero no depravado ni voluble, y una mente a la que nunca afiebraban pensamientos turbulentos ni quedaba perpleja ante la originalidad, ¿quién hubiera previsto que nuestro amigo iba a conquistarse un sitial destacado entre los realizadores de extravagancias? Si se hubiera preguntado a sus amistades quién era el hombre de Londres de quien podía asegurarse con mayor certeza que todo lo que hiciese hoy sería olvidado mañana, ellas habrían pensado en Wakefield. Sólo la esposa de su corazón hubiera vacilado. Ella, sin haber analizado el carácter de su marido, tenía conciencia de un cierto egoísmo tranquilo que había penetrado en la inactiva mente de Wakefield, de un género peculiar de vanidad, el más inquietante de sus atributos, de una predisposición a la superchería (que raras veces había tenido efectos más positivos que el mantenimiento de secretos pequeños y que apenas merecían revelarse) y, finalmente, de lo que ella a veces calificaba de una cierta rareza del buen hombre. Esta última cualidad era indefinible, y quizás no existiera.

 
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