El bubrelo acabó por hartarle.
-¡El siguiente! -graznó el águila.
El picamaderos arrancó de la genealogía del
águila, diciendo que se remontaba al sol, y el águila
asintió: "Algo de eso le oí decir a mi papá". El
sol -declaró el picamaderos- tuvo tres descendientes: una hija, la
Tiburona, y dos hijos, el León y el Aguilucho. La Tiburona era disoluta,
por lo que su padre la hundió en los abismos del mar; el león se
apartó del padre, y éste le hizo dueño del desierto; en
cuanto al Aguilucho, que era un hijo respetuoso, el padre le colocó cerca
de él y le dio en posesión los espacios aéreos.
Pero no había terminado siquiera el picamaderos el
exordio a sus investigaciones, cuando ya estaba gritando el águila con
impaciencia:
-¡El siguientel ¡El siguiente!
Entonces, empezó a cantar el ruiseñor, y
fracasó al momento. Cantó la alegría del criado siervo al
saber que Dios le había enviado al terrateniente; cantó la
magnanimidad de las águilas, que no escatimaban el dinero para que sus
siervos bebieran vodka... Sin embargo, por muchos esfuerzos que hacía
para lograr el tono del siervo, no podía en modo alguno domeñar
"el arte" que encerraba su alma. Aunque iba vestido de lacayo siervo,
de pies a cabeza (incluso se había agenciado una raída corbata
blanca y rizado las plumillas de la cabecita), "el arte" no
cabía en los estrechos marcos serviles y escapaba continuamente de ellos,
en busca de libertad. Por mucho que cantó el ruiseñor, el
águila no le entendió, ¡y se acabó!