Dicho y hecho. Al día siguiente, sin más
tardanza, entre la servidumbre del águila comenzó "el siglo
de oro". Los estorninos aprendían el himno Las ciencias a los
jóvenes alimentan, los rascones y los colimbos tocaban sus clarines,
trombones y trompetas, los papagayos ideaban nuevos trucos. A las cornejas se
les cargó con un nuevo impuesto, denominado "de
instrucción"; para los jóvenes halcones y buitres se crearon
cuerpos de cadetes; para las lechuzas, mochuelos y búhos, una
Académie des sciences, e incluso a los hijos de las cornejas se
les compró, por cierto, una cartilla de a kopek cada uno. Y como final,
al estornino más viejo se le designó poeta de cámara,
dándole el nombre de Vasili Kirílich Trediakovski, y se le
ordenó que se preparase para una competición con el
ruiseñor, que se celebraría al día siguiente.
Y llegó la ansiada fecha. Se puso a los iniciados ante
el águila y se les mandó que luciesen sus habilidades.
El mayor éxito lo consiguió el bubrelo. En lugar
de salutación, leyó un folletín literario tan sencillo, que
hasta al águila le pareció comprenderlo. Dijo el bubrelo que
había que vivir a sus anchas, y el águila asintió:
¡exauto! Aseguró que si él tuviera una buena venta al por
menor, no necesitaría nada más, y el águila repitió
su asentimiento! ¡exauto! Afirmó que los siervos vivían
mejor que el terrateniente, pues éste estaba agobiado por las
preocupaciones, mientras que el siervo no pasaba pena alguna al servicio de su
señor, y el águila confirmó: ¡exauto!
Manifestó que cuando él tenía vergüenza, andaba con el
trasero al aire, mientras que ahora, cuando ya no le quedaba ni pizca de ella,
llevaba dos pantalones a la vez, y el águila volvió a darle la
razón: ¡exauto! !