Mas, apenas empezaron a funcionar los diversos servicios del
palacio, se advirtió que allí faltaba algo. Estuvieron piensa que
te piensa, hasta que por fin cayeron en la cuenta de que en toda mansión
señorial correspondía fomentar las ciencias y las artes, y entre
la servidumbre del águila no había ni las unas ni las otras.
Tres pájaros, en particular, consideraban aquella
omisión como una ofensa personal: el bubrelo, el picamaderos y el
ruiseñor.
El bubrelo era un chico muy despierto que, desde sus tiernos
años de adolescencia, tenía mucho mundo. Primeramente había
recibido instrucción en una escuela militar para hijos de soldados;
luego, sirvió de escribiente en un regimiento, y cuando hubo aprendido a
poner en su sitio los signos de puntuación, empezó a publicar, sin
someterlo a la previa censura, el periódico Viéstnik liesov. Pero
no sabía adaptarse a las circunstancias en modo alguno. Unas veces,
tocaba un tema, y resultaba que no se podía tocar; otras, no lo tocaba y
resultaba que no sólo se podía, sino que se debía tocar. Y,
a consecuencia de ello, le echaban una reprimenda tras otra, Hasta que un
día se le ocurrió: "¡Me iré al palacio del
águila-señor! ¡Que él me ordene cantar su gloria
todas las mañanas sin temor al castigo!"
El picamaderos era un sabio modesto, que llevaba una existencia
recoleta y severa. Nunca se entrevistaba con nadie (muchos incluso pensaban que
se entregaba a la bebida a solas, como hacen todos los sabios serios) y se
pasaba los días enteros sentado en una rama de pino, picoteando la
corteza sin cesar. Llevaba ya esculpidos un montón de ensayos
históricos: Genealogía del silvano. ¿Estuvo o no casada la
Baba Yagá? ¿Con qué sexo deben figurar las brujas en los
censos de siervos?, y numerosos otros. Pero, por mucho que esculpiera, no
podía encontrar un editor para sus obras. Por ello, pensó:
"¡Me iré al palacio del águila, de
historiógrafo! ¡A lo mejor imprime mis ensayos a costa de las
cornejas!"