En adelante, la cuestión se complicó aún
más. Empecé yo a aguzar el oído y la atención. Y vi
que allí había algo insatisfactorio. En primer lugar, el
águila no atrapa a los ratones para perdonarlos. En segundo lugar, aun en
el caso de que el águila "perdonase" al ratón,
habría sido en verdad mucho mejor que no se hubiese preocupado de
él en absoluto. Y, por último, aunque fuese águila o
archiáguila, al fin y al cabo no dejaba de ser pájaro. Y
pájaro hasta tal punto, que la comparación con él
sólo podía ser halagüeña, incluso para un guardia
urbano, por incomprensión manifiesta. Y ahora, yo tengo la siguiente
opinión acerca de las águilas: en realidad, las águilas son
águilas, y nada más. Son rapaces y carnívoras, pero pueden
alegar en su descargo que la propia naturaleza las hizo extraordinariamente
antivegetarianas. Y como, al propio tiempo, son fuertes, de larga vista,
rápidas y crueles, es muy natural que, en cuanto aparezcan, todas las
aves se apresuren a esconderse. Y esto ocurre a causa del miedo, y no del
entusiasmo, como aseguran los poetas. Las águilas viven apartadas, en
lugares inaccesibles, no comparten con nadie el pan y la sal, pero, en cambio,
se dedican al pillaje y, en los ratos que éste las deja libres,
dormitan.
No faltó, sin embargo, un águila macho que se
hartase de vivir aisiado. Y un día le dijo a su mujer:
-Es aburrida esta soledad de dos en compañía. Se
pasa uno el día entero mirando al sol; hasta que se entontece uno.