El palacio se despoblaba. Sólo quedaban ya los
señores-águilas con el buitre y el milano a su servicio. Y en la
lejanía, una masa de cornejas que se reproducían
desvergonzadamente. Y cuanto más se reproducían, más
impuestos sin pagar se acumulaban.
Entonces el milano y el buitre, no sabiendo con quién
meterse (las cornejas y los cuervos no contaban) empezaron a meterse el uno con
el otro. Y todo a base de las ciencias. El buitre denunció que el milano
leía en secreto el Libro de las Horas, y el milano fue a su vez
con el soplo de que el buitre tenía escondido en el hueco de un tronco de
árbol el Cancionero novísimo.
El águila se turbó. Pero en aquel momento la
propia Historia aceleró su curso para poner fin a tal desconcierto.
Ocurrió algo extraordinario. Al ver que habían quedado sin
vigilancia, las cornejas recapacitaron de pronto: "¿Qué se
decía en la cartilla de a kopek sobre el particular?" Y antes de que
tuvieran tiempo de recordarlo, instintivamente levantaron el vuelo y huyeron del
lugar.
El águila se lanzó en su persecución, pero
no pudo alcanzarlas: la vida muelle de terrateniente le había vuelto tan
blandengue, que apenas podía mover las alas.
Entonces se volvió hacia su mujer y exclamó:
-¡Esto servirá de lección a las
águilas!
Pero en cuanto a qué serviría de lección
-si la instrucción era perjudicial para las águilas, o las
águilas eran perjudiciales para la instrucción, o, por
último, si una cosa y otra a un tiempo-, de esto no dijo ni
palabra.