-Pe... jota... che...
En menos que se cuenta, se volvió el águila hacia
la lechuza y la partió de un zarpazo, por la mitad.
Al cabo de una hora, el halcón, que no estaba enterado
de nada, volvió de la cacería matutina.
-Aquí tienes un problema a resolver -dijo-: esta noche
han sido robados dos puds de volatería; si se divide el botín en
dos partes iguales, una para ti y otra para la servidumbre en general,
¿cuánto te corresponderá?
-Todo -contestó el águila.
-Habla con sensatez -replicó el halcón-. Si fuera
"todo", ¡no te lo preguntaría!
No era la primera vez que el halcón le proponía
resolver problemas de tal naturaleza, pero, en esta ocasión, el
retintín con que lo hacía le pareció insoportable al
águila-señor. La sangre le hirvió en las venas al pensar
que él decía "todo" y su siervo se atrevía a
refutarle: "no todo". Y ya se sabe que cuando a las águilas les
hierve la sangre en las venas, pierden la capacidad de distinguir los
procedimientos pedagógicos de los facciosos. Y así le
ocurrió ahora.