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De lo que para ella no era autoridad, ni en ella servidumbre, resultaba una situación indefinida, que no había conseguido penetrar la curiosidad de los vecinos de Chantilly, tan amigos de fisgonear como los de cualquier otra parte. La diferencia enorme de edad entre el anciano y su joven protegida sellaba los labios de la calumnia, pero no era freno bastante para la indiscreción. Los contados amigos que el señor Clavier recibía en su intimidad, su notario, su médico y unos cuantos agricultores, muy rara vez tenían ocasión de cruzar la palabra con Carolina, que evitaba bajar cuando un el salón había personas extrañas; pero, si no le habían hablado, si sólo muy de tarde en tarde y desde lejos la vieron cruzar, es lo cierto que advirtieron y admiraron su modestia y su gracia. Carolina se alejaba de las reuniones relativamente numerosas, porque en ellas no se hubiera encontrado a gusto. El respeto profundo hacia el hombre que ni se atrevía a dulcificar por medio de caricias paternales la veneración que inspiraba, ni a deshonrar la mano que era el apoyo de su caducidad llenándola de oro, había infiltrado en el corazón de la joven cierta desconfianza especial. Carolina habría contestado con dignidad a quien se hubiese atrevido a tratarla como a criada, y al propio tiempo no hubiera sabido contestar a las deferencias de quien como a señora de la casa se le hubiese dirigido. Su posición dudosa dio en ella como resultado algo que podríamos llamar segundo pudor.

-¿Crees que actualmente se encuentre en Chantilly el señor Mauricio? -preguntó el anciano.

-Supongo que sí: anteayer, por lo menos, paseaba con el señor Reynier, su cuñado.

-Con tanta frecuencia le obligan a ir a París sus negocios desde hace algunos meses, que siempre teme uno molestarse inútilmente cuando ha de visitarle. Sin embargo, mañana iré a verle.

-Me parece haber oído decir a usted que el señor Mauricio se dedica con verdadero ardor a la política: ¿no será éste el motivo de sus repetidas ausencias?

-H as puesto el dedo en la llaga: Mauricio forma en las filas de los que defienden las ideas nuevas. Testigo soy del sacrificio que les ha hecho de su fortuna, de su tiempo y de sus distracciones, lo que es muy loable a sus años. Le adornan mil cualidades, y sobre todo una que con gusto especial le reconozco, y es la de escucharme sin impacientarse y sin prevención contra mi vejez, durante los largos paseos en que tengo que recurrir al apoyo de su brazo, por haberme privado tú el tuyo, aturdida, para correr en busca de campanillas y flores silvestres. Sí: Mauricio ha nacido para prestar calor a los tibios, que tanto abundan en el mundo. Su alma atesora patriotismo bastante para llenar una provincia. No quiero hablar de su reputación como notario: la merece, y con esto está dicho todo. En una población como la nuestra, el notario debe ser el consejero y el amigo de sus habitantes: eso es Mauricio.

-Es el juicio que siempre le ha merecido a usted, señor; y seguramente halagaría al señor Mauricio saber que los elogios públicos de que es objeto son confirmados con tanta frecuencia en esta casa.

 
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