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La llegada del señor de Sétiral y de muchas otras visitas, le impidió cometer la falta tan común de persistir en querer convencer de la sinceridad de la propia opinión a una persona que no juzga más que nuestros sentimientos. El señor de Sétiral confirmó la noticia deja ruptura. Le había informado de todos los detalles la hermana del señor de Marigny; había ido de allí a casa de un pariente de la marquesa D'Herbas, para saber cómo contaba la otra familia la aventura y de estas dos versiones él componía una tercera que justificaba a todo el mundo, excepto al genio infernal de un hombre que era necesario desterrar de todos los salones. Tal era la conclusión del chismoso.

Escuchándole el mariscal bajaba los ojos, con aire modesto, como para substraerse al triunfo que conseguía.

-En fin -preguntó la duquesa, -¿se sabe algo de exacto sobre la causa de la mudanza de Leontina?

-No es dudosa para los amigos de su madre -respondió el señor de Sétiral, -pero se pretende que ni ella ni su hija quieren convenir en ello. Ayer tarde la señorita D?Herbas fue a suplicar a su padre que aplazase el casamiento por quince días, dando por razón que no podía habituarse a la idea de dejar su familia para seguir al señor de Marigny al extranjero. Se le observó que él no permanecía en sus tierras sino seis meses del año, que ella viviría el resto del tiempo en París y que pudiendo hacer esas reflexiones en tal sentido no podía oponer semejante pretexto. El marqués se mostró disgustado, su mujer se puso de parte de su hija al verla llorar, y ambos han escrito al señor de Marigny para obtener el aplazamiento que el señor D'Herbas se negaba a pedir. La carta era fría violenta; el futuro se ha ofendido y ha contestado en forma del probar que no era hombre de soportar un capricho humillante. En fin, de despecho en despecho, todo había quedado roto aquella mañana.

-Yo no veo en todo esto -dijo la duquesa sino una chiquilla caprichosa.

-Sin duda pero la chiquilla nunca hubiera pensado en rechazar a un pretendiente que podía hacerla perfectamente dichosa si no se hubiese puesto en ridículo a ese excelente hombre.

-¡Eso es pasarse de los límites! ¿Cómo supone usted que una señorita se determine a un escándalo que puede hacerle un daño irreparable porque un aturdido se haya burlado del traje o del peinado del hombre con quien se iba a casar?

Convengo en que es inverosímil, y, sin embargo... es así.

-Por mi parte no estoy lejos de creerlo -dijo entonces una amiga de la señora de Lisieux; -me acuerdo de haber estado a punto de rechazar al señor de Meran por haber oído decir, al verle pasar a caballo, que tenla el aire de un par de tenazas.

-¡Qué locura! -exclamó la duquesa.

-No bromeo -replicó la señora de Meran, -y sin la serenidad de mi padre no sé lo qué hubiera pasado.

-Pues bien, es un motivo más o menos igualmente razonable el que ha determinado a la señorita D'Herbas.

-No quiero saberlo -dijo la duquesa, -porque tengo amistad con ella y deseo conservársela.

 
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