-No lo creo posible, respondió lord
Gosford; tan buenos
patriotas (pues es menester confesar que lo son) no pueden dejarse seducir por
el dinero. Que se declaren enemigos de la influencia inglesa y sueñen
para el Canadá con la independencia que los Estados Unidos han
conquistado sobre Inglaterra, es desgraciadamente una gran verdad. Pero esperar
poderlos comprar, decidirlos a que sean traidores con promesas de dinero o de
honores, jamás sucederá así; tengo la firme
convicción que no encontraréis entre ellos uno sólo que sea
capaz de vender a los demás.
-Lo mismo se decía de Simón
Morgaz, respondió con ironía sir John Colborne; sin embargo,
entregó a sus compañeros. ¡Y quién sabe si
precisamente ese Juan-Sin-Nombre, de quien habláis, no se dejaría
comprar!
-No lo creo, mi General, replicó con viveza el ministro
de Policía.
-En todo caso, añadió el coronel Gore, bien sea
para comprarle o para ahorcarle, lo primero que hay que hacer es apoderarse de
su persona, y puesto que ha sido visto en Quebec...
En este momento un hombre apareció en la revuelta de una
de las calles del jardín, y se detuvo a unos diez pasos de la
asamblea.