-¿Y se han encontrado las huellas de ese
Juan-Sin-Nombre? preguntó sir John Colborne.
-Aún no, respondió el ministro da Policía;
pero tengo motivos para creer que ha vuelto a aparecer en los condados del Bajo
Canadá, y que ha venido recientemente a Quebec.
-¿Y vuestros agentes no han podido prenderle?
exclamó el coronel Gore.
-No es tan fácil como creéis, mi General.
-¿Posee ese hombre la influencia que le conceden? repuso
lord Gosford.
-Seguramente, respondió el ministro, y puedo asegurar a
vuestra señoría que esa influencia es grandísima.
-¿Y quién es ese hombre?
-He aquí lo que jamás se ha podido descubrir,
dijo sir John Colborne. ¿No es así querido Argall?
-En efecto, mi General. Nadie sabe
quién es, ni de
dónde viene, ni adónde va. Ha figurado, casi invisible, en las
últimas insurrecciones, así es que no hay duda de que Papineau,
Viger, Lacoste, Vaudreuil, Farran, Gramont y todos los demás jefes
cuentan con su intervención en el momento, preciso. Ese Juan-Sin-Nombre
es casi un ser sobrenatural para los distritos del San Lorenzo, más
arriba de Montreal lo mismo que más abajo de Quebec; y si se puede tener
fe en la leyenda, ese hombre posee todo cuanto se necesita para arrastrar en pos
de sí, lo mismo a los habitantes de las ciudades que a los del campo; es
decir, una audacia extraordinaria y un valor a toda prueba. Además, os lo
he dicho ya, lo que lo da más fuerza es el misterio, lo desconocido.