La fuerza, decía muchas veces,
comprime, pero no reprime. En Inglaterra se olvida demasiado que el Canadá está
cerca de los Estados Unidos, y que éstos han acabado por conquistar su
independencia. Con gran pesar reconozco que el Ministerio en Londres quiere una
política militante, por cuyo motivo, y por el consejo de los comisarios,
la Cámara de los Lores y la de los Comunes han adoptado por gran
mayoría una proposición que tiende a procesar a los diputados de
la oposición, a emplear el dinero del Erario sin comprobación y, a
modificar la Constitución de un modo que permita doblar en los distritos
el número de electores de origen inglés. Todo esto demuestra poca
cordura y dará lugar a que la sangre corra por ambas partes.
Y era de temer, en efecto, pues los últimos acuerdos
adoptados por el Parlamento inglés habían producido una
agitación tal, que tarde o temprano tenía que producir grandes
disturbios. Se celebraban reuniones clandestinas y meetings
públicos que servían para
sobrexcitar los ánimos, y de esto se pasaría muy pronto a obrar.
Los partidarios de la dominación anglosajona y los reformistas se
provocaban sin cesar en Montreal, lo mismo que en Quebec, particularmente los
antiguos miembros de las asociaciones constitucionales. La policía no
ignoraba que se había repartido una proclama revolucionaria en los
distritos, los condados y las parroquias, y que habían llegado hasta a
ahorcar en efigie al Gobernador general.