-Si tenemos que repartir este efectivo en
los condados
limítrofes, dijo el coronel Gore, no será. bastante. Es muy
probable que tengamos que sentir, señor Gobernador, que vuestra
señoría haya disuelto las asociaciones constitucionales formadas
por los leales; hubiéramos tenido allí algunos centenares de
carabineros voluntarios, cuyo concurso nos hubiera sido de gran utilidad.
-No me era permitido dejarlas organizarse, contestó lord
Gosford, pues su contacto con la población hubiera provocado colisiones
diarias. Es preciso, que evitemos todo cuanto pueda ocasionar una
explosión. Estamos pisando pólvora, y tenemos que andar con
zapatillas de orillo.
El Gobernador general no exageraba la
gravedad de la
situación; era un hombre de gran sentido y de espíritu muy
conciliador. Desde su llegada a la colonia había mostrado mucha
deferencia para los colonos franceses, teniendo, según ha dicho el
historiador Garneau, «cierta alegría irlandesa que se acomodaba muy
bien a la canadiense» Y si la rebelión no había estallado
todavía, era debido a la circunspección, a la dulzura y a la
rectitud que lord Gosford usaba en sus relaciones con sus administrados, pues
por naturaleza, lo mismo que por raciocinio, era completamente opuesto a los
medios violentos.