Lo que debían de ser las aspiraciones de los colonos,
violentados por la Gran Bretaña, está resumido en el
encabezamiento del periódico El Canadiense, fundado en Quebec en el año 1806, que decía así: Nuestras
instituciones, nuestro idioma y nuestras leyes. Combatieron para conquistar
este triple desiderátum, y la paz, que se firmó en Gante en
1814, puso término a esa guerra, en la que victorias y derrotas fueron
casi iguales para ambas partes.
Pero la lucha empezó otra vez entre
las dos razas que ocupaban el Canadá de un modo tan desigual; esa lucha principió un
el terreno puramente político; los diputados reformistas, siguiendo las
huellas de su colega el heroico Papineau, no cesaron de atacar en todas las
cuestiones la autoridad de la metrópoli: cuestiones electorales,
cuestiones de terrenos concedidos en proporciones enormes a los colonos de
origen inglés, etc. Por más que los Gobernadores prorrogasen o
disolviesen la Cámara, nada era bastante para amedrentar la
oposición. Los realistas, los leales, como se llamaban ellos mismos,
tuvieron entonces la idea de derogar la Constitución de 1791, de hacer
del Canadá una sola provincia, para dar más influencia al elemento
inglés; de prohibir el uso del idioma francés, que era el oficial
en el Parlamento y en los Tribunales; pero Papineau y sus amigos reclamaron con
tanta energía, que la Corona renunció a establecer ese detestable
proyecto.