El 10 de Febrero de 1763 se celebró un nuevo tratado,
por el que Luis XV renunció a sus pretensiones sobre la Acadia, en
provecho de Inglaterra, cediéndola además, en exclusiva propiedad,
el Canadá y todas sus dependencias. La Nueva Francia no existió ya
sino en el corazón de sus hijos.
Pero los ingleses jamás han sabido atraerse a los
pueblos que han sometido a su yugo; no saben más que destruirlos, y no se
aniquila así como se quiera a una nacionalidad cuando la mayor parte de
los habitantes han conservado el amor a su antigua patria y a sus aspiraciones
de siempre. En vano la Gran Bretaña organizó tres Gobiernos,
Quebec, Montreal y Trois-Rivières; en vano quiso imponer la ley inglesa a
los canadienses y obligarlos a prestar un juramento de fidelidad, pues a
consecuencia de enérgicas reclamaciones por parte de éstos en
1774, fue aprobado un bill que estableció de nuevo en la colonia
la legislación francesa.
Si bien el Reino Unido no tenía ya nada que temer por
parte de Francia, pronto se encontró enfrente de los americanos, que,
atravesando el lago Champlain, se apoderaron de Carillon, de los fuertes San
Juan y Federico, y marchando después con el general Montgomery sobre
Montreal, se apoderaron de esta ciudad, deteniéndose ante Quebec, que no
pudieron asaltar.