Y el buen hombre me condujo hasta la puerta de casa... Mi criada me aguardaba... De di ó las gracias.
Aquella noche dormí como un bienaventurado.
Al día siguiente, cuando me encontré con Spitz, ya no se acordaba de nada; pretendió que yo había salido solo del café, y que había entrado bamboleándome en casa de Holbein...
Además, nunca quiso convenir en su transformación, y hasta se indignó de mis palabras al respecto...