-Sube -ordenó Julio.
Y ella subió apresuradamente, con el ansia de ocultarse cuanto antes. El
vehículo se puso en marcha a gran velocidad. Margarita bajó inmediatamente la
cortinilla de la ventana próxima a su asiento. Pero antes de que terminase la
operación y pudiera volver la cabeza, sintió una boca ávida que acariciaba su
nuca.
-No; aquí no -dijo con tono suplicante-. Seamos serios.
Y mientras él, rebelde a estas exhortaciones, insistía en sus apasionados
avances, la voz de Margarita volvió a sonar sobre el estrépito de ferretería
vieja que lanzaba el automóvil saltando sobre el pavimento.
-¿Crees realmente que no habrá guerra? ¿Crees que podremos casarnos?...
Dímelo otra vez. Necesito que me tranquilices... Quiero oírlo de tu boca.