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¡Cuantas imágenes, cuantos sonidos de voces perdidas en el tiempo,
entonces, se agolpan en las planicies de mi alma voloteando en una avalancha de
tristeza que sumerge mi estremecida conciencia!
¡Abismal nostalgia del tiempo que fue, que ha pasado dejando
profundos suspiros de recuerdos que viven ocultos en mí y que ahora afloran
temblorosamente en esta mesticia crepuscular?! Mis lentos pasos, pausados por un
arcano ritmo, siguen llevándome por esta tácita trama envueltas en un
melancólico eco de soles difuntos, sepultados en el sarcófago de la eternidad? y
veo, en un tumultuoso oleaje de sensaciones, el parque para los niños; ese
minuto mundo en el cual recibías a tu pequeña prole, amada Anzio y donde yo
corría alegremente en la plenitud de la vida transcurriendo horas de felicidad
entre resbaladeros que nos divertíamos a montar al revés en pruebas de valentía
y columpios con los cuales nos abalanzábamos arriesgadamente hasta al cielo. Y
no había más; eras tan pobre entonces, tierra mía, pero recuerdo el aire
saturado por la felicidad gorjeante de nosotros, tus pequeños hijos, que te
embellecíamos con el radioso caudal de nuestra inquieta infancia y las delicadas
miradas de nuestros seres queridos que nos acompañaban con el amoroso calor de
su cuidadosa ternura. Anegando el corazón en la invisible sonoridad de una
alegría resurgida desde los pliegues del pasado, sigo caminando en la silenciosa
inmovilidad de los nuevos juegos y dejo el parquecito encaramándome en un
recuerdo envuelto en ese lejano sol ebrio de vida que bañaba con su dulce calor
primaveral mi adolescencia. ¡Ay cual inútil arrepentimiento me acecha cruelmente
en los pocos metros de esta pequeña subida? que con los años se hizo siempre más
pequeña!
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