No sé en qué momento el pasado abrió las misteriosas puertas de su
urna pero contemplo atónito en la penumbra, voces, rostros y luces de días
muertos en los años y que flotan en la infinita tristeza del piélago etéreo,
levemente empurpurado en los velos sepulcrales del crepúsculo incipiente.
Villa Adele me recibe en altivo silencio mientras cruzo su umbral
mirando una cansada reja que desde quizás cuantos años defiende cuidadosamente
la intimidad de esa parcela de sublimidad ubicada en el corazón de
Anzio.
¡Vieja reja! ¡Cuanto miedo sentía, en mi corazón de niño, cuando
me quedaba jugando con mis amiguitos de infancia en los anchurosos espacios del
parque que severamente custodias y luego me dirigía a la salida esperando no
encontrarte cerrada! Eras tan grande entonces. y como te erguías imponente
frente a nosotros niños recordándonos, amenazadora, un horario invisible, hecho
por manos desconocidas al servicio de una autoridad que apenas percibíamos y de
la cual éramos unas albas semillas. Camino envuelto en los efluvios del pasado
mientras sigo pisando la tierra de tus calles y acaricio con melancólica mirada
la vegetación que decora con su viviente belleza tus caminos y se eleva,
enmantando majestuosamente una pequeña loma, que los ojos de mis primeros años
contemplaban, reverentemente pasmados, como una alta cumbre que guardaba
tácitamente los arcanos secretos de un pasado ancestral, que aparecía brotando
apenas desde el espeso velo de la vegetación. y que mi joven cuerpo se deleitaba
a escalar, sintiendo en una hierática compenetración, las turbadoras
exhalaciones de la antigüedad y saboreando en la fogosidad de la sangre
encendida por la voluptuosidad del peligro, el aroma de las plantas, de la
tierra. de la encantadora infancia.