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Anzio delicadamente adorna el frío de sus calles rociando suaves
gotas de luz entre los azulados gemidos del moribundo día, mientras yo camino
por la bajada que costea villa Adele mirando las palmas que extrañamente
delimitan la calle y las imagino llenando de tácitos suspiros el silencio que
las rodea o tal vez huyendo del dolor que implacablemente las agobia
abandonándose en las alas del sueño para alcanzar otros climas, otros paisajes
apasionadamente anhelados. Pero, por alguna razón que solo alberga en mi
corazón, siento que mis pasos se vuelven más y más lentos. ¡Eres tú, dilecta
Anzio, que sacudes los afanes inútiles de la mediocridad cotidiana y acaricias
mi alma colmándola con tu calor! Anzio adorada, ahora mi cuerpo se mueve en el
delicado candor de tus brazos maternos y dulcemente me sostienes. envolviéndome
en el melancólico néctar de los recuerdos.
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