Lo primero que hizo el juez fue ordenar que, se alejara a los indiscretos del cuarto mortuorio y de la sala y cumplida está orden los gendarmes se colocaron en la puerta que comunicaba aquella sala con el otro saloncito, para impedir que la gente volviera. Sólo quedaron con el cadáver, la extranjera el doctor Bérard, y su colega de la policía a quien explicaba la inutilidad de todo, curación y la rapidez de la muerte; la Baronesa de Börne, que, sin que nadie se lo pidiera informaba de lo sucedido al juez; éste, el Príncipe y el comisario.
-¿A qué se atribuye su funesta resolución? ¿No había algo que la hiciese prever? -preguntó el juez; y la Baronesa no obstante ser incapaz de callarse por esa vez se limitó a encogerse de hombros y mirar al príncipe, para significar que éste era el único que podía contestar.
Zakunine, se pasó una mano por la frente, como si se despertara de un profundo sueño, y dijo:
-Sí, había que preverlo... Yo he debido preverlo...
-¿Sufría mucho?
-¡Sufría tanto... tanto!.. -respondió el Príncipe, con una entonación de tristeza tan profunda que el mismo magistrado se sintió conmovido.
-¿Estaba enferma? -preguntó el juez al doctor después de un breve silencio.
-Sí: de una afección del pecho.
-¿Sabía lo que tenía?
-Sin duda. No era posible ocultarle nada. Era tan inteligente y valerosa que las mentiras compasivas eran inútiles con ella.
-¿No se podía tener esperanzas de salvarla?
-Su enfermedad era de aquellas sobre el desenlace de las cuales no cabe engaño, pero que mediante un régimen apropiado permiten vivir aún largos años.
-¿Entonces no es la enfermedad lo único que la ha impulsado a matarse?
-No es lo único -repitió como un eco el Príncipe Alejo.
Muy curiosa casi cómica era durante aquel triste interrogatorio la actitud de la Baronesa de Börne, la cual, ya que no, podía hablar apretaba los labios, movía los ojos, sacudía la cabeza inclinaba todo el cuerpo, como si sucesivamente repitiera las preguntas del juez y confirmara las respuestas del médico y del Príncipe, para hacer ver que ella había previsto las unas y las otras, y advertir por señas que, también ella tenía una observación que hacer. Y de vez en cuando interrumpía:
-¡Eso es!.. ¡Asimismo!.. ¡Exactamente!.. Y teniendo los sentimientos religiosos que tenía...
-¿Cuáles eran? -preguntó el juez.
-Pocas mujeres he conocido de una fe tan sólida y ardiente -contestó el doctor.
-¿Es cierto?.. -interrumpió otra vez la Baronesa. -¡Parece increíble lo grande que era su fervor! Yo tengo motivos para saberlo. No daba un paseo sin que su término no fuera una iglesia. Sus excursiones preferidas eran en el distrito de Echallens a Bretigny, a Assens, a Villars-le-Terroir, a causa de laja iglesias católicas que encontraba por allí.